En junio del 2019, específicamente una noche de sábado, caminaba junto a mi familia de regreso a casa, después de haber disfrutado de la Fuente Magica de Montjuïc. Por ser un atractivo de Barcelona, la cantidad de personas que la visitaba era incontable.

Recuerdo que traía a mi hijo menor en hombros. Con un ojo, cuidaba de él, mientras que con el otro, me devoraba el entorno, embelesado.

De pronto, una voz me sacude.

  • ¡Profe Félix!

Busco entre la muchedumbre, el origen de esa voz. Y me encuentro con un rostro. De inmediato, como un flash, su nombre toma forma en mi mente, de manera casi instantánea.

  • Felipe Llanos Maldonado.

El me responde

  • ¿Se acuerda de mi nombre?

A lo que le respondí,

  • Claro que sí, y más.

Nos pusimos a conversar de sus cosas importantes, de su familia, de Molina y de lo que lo tenía en ese lugar.

Una de las cosas que me emocionó fue cuando le dijo al amigo que lo acompañaba:

  • Él, fue mi profesor.

Apreciado miembro del CADEC, este relato – muy personal por lo demás- lo quiero usar para rescatar una sola cosa.

¿Podremos saber alguna vez, hasta dónde ha de llegar nuestra influencia (o la falta de ella) en nuestro oficio? El tono y el tacto que le demos (o que no le demos) a nuestro ejercicio, ¿cuántas mentes tocará (o dejará de tocar)?

Sin ser majadero, les recuerdo que “tratar con las mentes humanas es la obra más delicada en la cual los hombres estuvieron alguna vez ocupados”1 Ante lo cual, les animo a seguir pidiendo a nuestro Maestro, su dirección e influencia constante. Un abrazo, y que Dios les bendiga.

Felix Jara Retamal
Director
Colegio Adventista de Concepción

1 En https://m.egwwritings.org/es/book/203.72

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